Serena Williams, mucho más allá del ‘método’

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Tres años atrás, uno antes de que se oficializara una retirada que se veía llegar, la trascendencia de las hermanas más célebres en la historia del tenis se disparó por la irrupción de la cinta cinematográfica «El método Williams», enormemente premiada en cualquier festival e interpretada por un actor de primer nivel, que descubría el secreto del éxito de Venus y, también de Serena, galardonada con el Serena williamsPremio Princesa de Asturias del Deporte.

El largometraje, reconocido con cinco Oscar, entre ellos el de mejor película, relataba a grandes rasgos el procedimiento, la fórmula para triunfar. Aunque principalmente se centró en la mayor, en Venus. El recorrido de Serena, después mucho mayor, impensable incluso para un padre obsesionado con la gloria, apenas asoma en el filme.

Porque la trascendencia de Serena Williams, nacida un 26 de septiembre de 1981 en una ciudad ubicada en el estado de Michigan, va mucho más allá de cualquier método, procedimiento o táctica. Empezó por seguir la estela y el ejemplo de su hermana mayor, de Venus, por la que apostó la familia principalmente. Pero después, sobre la pista, rebasó de largo cualquier proyección y perspectiva y se erigió en la mejor jugadora de los últimos tiempos. Nadie como ella.

Una influencia colosal

La personalidad de Serena supuso un antes y un después en el tenis femenino. Su influencia fue colosal. Y alternó su éxito en la pista, donde no encontró rival, con el influjo social, donde fue un ejemplo a seguir y un icono para las grandes marcas.

Nadie ha podido hasta ahora seguir el ritmo que impuso la mejor de las Williams en las competiciones. Sobre la cancha. Más allá de los veintitrés títulos del Grand Slam, de los 73 trofeos acaparados en total en su recorrido, del oro olímpico en Londres, o de la condición de número uno del mundo que ostentó una semana detrás de otra, la estadounidense marcó una pauta, dio un giro a la peculiaridad y la personalidad en el tenis femenino.

Serena Williams ha sido capaz de asumir casi en solitario el peso y la trascendencia del circuito WTA. Mientras los cuadros masculinos de cada evento realzaban una aparente eterna lucha entre los legendarios ‘big three’, Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic, con Andy Murray mientras pudo, intratables a cualquier otro aspirante a entrar en acción, la norteamericana asumía el protagonismo de los torneos de mujeres casi en solitario, como auténtica dominadora, favorita incuestionable, a la victoria.

Apenas dio opción la mejor de las Williams a incipientes y prometedoras en la pista como las belgas Justine Henin o Kim Clijsters, la rusa Maria Sharapova, la francesa Amelie Mauresmo o sus compatriotas Lindsay Davenport, Jennifer Capriati o su hermana Venus.

Serena, que empequeñeció la trascendencia de históricas que marcaron una época como la alemana Stefi Graff, la serbia Monica Seles o la suiza Martina Hingis e, incluso, de lo que representó Martina Navratilova, no dio opción a la alternativa mientras estuvo vigente. Después dejó un llamativo vacío en el trono ocupado por la alternancia de una raqueta u otra. Nadie dominadora. Primero la australiana Ashleigh Barty, después Iga Swiatek, ahora Aryna Sabalenka. Ninguna, ni de lejos, camino hacia la relevancia de la norteamericana.

Hubo un tiempo en la que Serena Williams apuntaba a la consideración de la mejor de la historia. La mejor de siempre. Pero llegó escasa de fuerzas al tramo final de su recorrido. Sin el empuje necesario para apartar de las pistas a las jóvenes pujantes, con menos experiencia pero con más fuerza, con otro tenis.

Se quedó en puertas la estadounidense, la única que ha amenazado el imbatible registro de la australiana Margaret Court, considerada la más grande de la historia del tenis. La oceánica, cerró su carrera con veinticuatro títulos del Grand Slam. Hasta que Novak Djokovic ganó el Abierto de Estados Unidos 2023, nadie, hombre o mujer, había logrado alcanzar esa cifra de éxitos en un evento mayor. El serbio lo igualó. Pero ninguna mujer ha podido dar alcance a la australiana.

23 Grand Slams

Serena estuvo cerca pero se quedó en veintitrés. El Abierto de Australia del 2017 fue el último. No llegó a más. Se estancó en puertas del que le hubiera situado al lado de Court. Y lo intentó. Estuvo un lustro más en activo después de esa final en Melbourne pero ya no le dio. Tampoco consiguió completar el Grand Slam -los cuatro en un mismo año- aunque en dos ocasiones, en el 2002 y el 2015, se quedó a falta de uno. Se le escapó Australia en la primera y Estados Unidos en la de después.

Pero la impronta de Serena Williams fue más allá de los resultados, los títulos y los trofeos. Enterró el estilo clásico que durante décadas marcó la pauta en el circuito femenino. Con la estrategia como argumento, jugadoras talentosas de una técnica pulida y movimientos de escuela amparadas por una gran preparación mental y física.

La menor de las Williams impuso una revolución que asomó años atrás, de la mano de Steffi Graff o Mónica Seles pero que no terminó de asentarse. La fuerza, la potencia, el físico por encima de todo. Una gran ambición y un carácter competitivo extraordinario. La preparación imponía su ley. Los intercambios dejaron de ser eternos y los puntos en juego cada vez más cortos. El saque ganó en relevancia y la pegada, contundente.

La evolución coincidió con el desarrollo de nuevos hábitos y de pautas hasta entonces desconocidos. Asuntos como la alimentación, nuevos materiales en las raquetas.

Instalada como número uno del mundo durante 319 semanas combinó como nadie el juego, el resultado y el espectáculo. Una vez evidenciada la superioridad, ganaba como quería mientras pretendía el entusiasmo de la grada. Marcaba el paso.

Serena dio un aire nuevo al tenis. Hizo de la cancha una pasarela donde cada movimientos y cada actuación compartían una parte atlética y deportiva y otra de tendencia, de estilismo, de moda. Porque la menor de las Williams fue capaz de imponer su sello con la raqueta pero también con la indumentaria.

Alternó la primera plana de los grandes medios deportivos con las revistas de actualidad, en el papel couché. Fue un gran reclamo para las grandes firmas. Creó su propia línea de ropa y colecciones de complementos de mujer.

El orden de prioridades de Serena Williams cambió radicalmente en el 2017, cuando se quedó embarazada. Dejó de lado la competición y sus objetivos deportivos. La familia fue una necesidad y lo más importante de su vida: su hija. Pero en cuanto puso en orden su vida regresó para ser la mejor de la historia.

Estuvo cerca, en la final de Wimbledon del 2018 que perdió ante la alemana Angelique Kerber y del Abierto de Estados Unidos, frenada por la japonesa Naomi Osaka. Incluso una temporada después, en Londres y Nueva York, derrotada por la rumana Simona Halep primero y por la canadiense Bianca Andreescu. Oportunidades que se le fueron. Aún así, antes de la retirada logró un título más, en Auckland, en el 2021. Fue el del final. El primero después de ser madre.

Siete títulos del Abierto de Australia (2003, 2005, 2007, 2009, 2010, 2015, 2017), tres de Roland Garros (2002, 2013, 2015), siete de Wimbledon (2002, 2003, 2009, 2010, 2012, 2015, 2016) y seis Abiertos de Estados Unidos (1999, 2002, 2008, 2012, 2013, 2014). Además, un oro olímpico en Londres 2012, catorce grandes en dobles y tres títulos en los Juegos (Sídney 200, Pekín 2008 y Londres 2012) junto a su hermana Venus relumbran en un historial único que hace tiempo la hizo inmortal.

 

(C) Agencia EFE

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